15 febrero, 2010
Premios Goya
Hablo con el derecho que me dan los miles de euros que servidor lleva gastado en forma de butaca de cine. Hablo con el derecho que se le presupone al espectador en virtud del artículo 1 de cualquier Tratado: "el cliente siempre tiene la razón". Y esta vez no pretendo tenerla, simplemento aspiro a mostrarla.
La gran cagada de la noche fue lo que no fue y lo que debería haber sido. Aquel que prescinde de sus raíces está condenado a morir. El cine español pudo haber rendido un homenaje merecido a José Luís López Vázquez. Lo de hoy es fruto de lo de ayer. Y la única mención que se realizó fue un pase fotográfico "a los caídos" en el que el gran Vázquez apareció junto con personas tan importantes como un exhibidor cinematográfico. Ya me dirán ustedes si está a la misma altura una figura y otra. Vergüenza es la palabra.
Fue pobre la gala del cine español. El Premio Goya merece más, mucho más. ¿Estuvo entretenida? -sí; ¿cambié de canal? - no; ¿tuvo el nivel que se le presupone? - pues no lo sé, sinceramente.
Todo empezó a saturarme cuando uno a uno iban hablando los galardonados tras recibir la estatuilla. "... Me gustaría dedicarle este premio a mi padre, a mi madre, a mi mujer y a mi perro...", "...sinceramente no lo merezco..."; "... compañero ya sabes que este premio es al cincuenta por ciento..." y algunos clásicos como "... porque ellos entienden las horas que no les prestamos atención...". Pobres, muy pobres, las actuaciones de los premiados sobre el escenario. Aquello empezó a parecerse peligrosamente a una rueda de prensa de algún futbolista tras un partido: vacío, lleno de tópicos y al que nadie presta atención.
Se trata de recibir una de las máximas distinciones cinematográficas y uno ha de estar a la altura de las circunstancias. La ceremonia de los Goya no era un premio universitario ni un brindis familiar. Pocos aprovecharon ese minuto y medio para reivindicar o para dignificar una profesión tan ninguneada como la de 'artista español'; la mayoría se centró en la madre que los parió mientras más de 4 millones de espectadores seguían la gala frente al televisor. Pocos me emocionaron.
Naturalmente el peor de todos fue el presidente de la Academía, Álex de la Iglesia. En el ecuador de la fiesta leyó un discurso que quiso pero apenas pudo. "Ni chicha ni limoná" se dice en mi pueblo. El 'jefe' de los actores y de los directores de cine no puede presentarse ante un auditorio plagado de profesionales y ponerse a leer; y menos aún exigir en ese discurso más dinero y más implicación. Eso es ser cutre; así no te compra la moto nadie.
Álex arremetió contra las cadenas de televisión privadas y barrió para casa con Televisión Española. No soy catedrático en la materia pero seguramente en las últimas 20 películas que he visto en la sala he visto en los créditos la participación de Telecinco, Sogecable y Antena 3. A los hechos me remito.
Admiro como cineasta a Álex de la Iglesia; con sus trabajos ha contribuido de forma especial a la 'transición' del cine español tradicional al verdadero cine moderno. Aplaudo sus películas: unas me gustan y otras las detesto pero en todas reconozco ese paso hacia adelante que suele camuflar en numerosos detalles. Pero como presidente de la Academia no me gustó en absoluto.
El cine español está de enhorabuena con la reconciliación de Pedro Almodóvar con la Academia -esto sí fue un órdago personal de Álex de la Iglesia que hay que reconocerle- ya que el manchego es una figura fundamental dentro de nuestro cine. Nadie se puede permitir el lujo de prescindir de él. Lo dice alguien que no es santo de su devoción.
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