27 enero, 2009

Cara y CRUZ del INEM


Tengo 31 años, casado felizmente. Durante toda mi vida he luchado por salir adelante. Mis padres, currantes natos, lo único que me dieron fue la posibilidad de estudiar y su amor. No la desaproveché.

Durante todos estos años he pensado que el trabajo es un don que hay que buscar y que, toda la gente agolpada en la puerta del INEM, eran personas que realmente no querían trabajar sino que querían vivir del Estado. Ahora no veo esa cola en el telediario de las 15 sino que madrugo para guardar mi turno. Al final la propia vida es la que te hace entender algunos secretos.

Nunca me faltó trabajo porque siempre me moví para encontrarlo. Salí de la carrera y tuve mi primer trabajo como profesor de música en un centro durante un año. Durante este tiempo, y viendo lo que ganaba, fui buscando otro empleo y conseguí un puesto en algo que jamás me había planeado: recorrer media España haciendo informes comerciales para una gran empresa en mi provincia que estaba embarcándose en un proyecto de gran repercusión. La construcción era el sector al que pertenecía.

Con promesas y más promesas de futuro, hice de tripas corazón y dejando atrás lo más importante que tenía, mi familia, salí de mi ciudad y de la casa que me vio crecer para hacer mi trabajo lo mejor posible.

Los jefes son de todo menos dos cosas: personas y tontos; y al ver que me esforzaba y que intentaba aguantar con todo lo que echaran, me trataban muy correctamente y se preocupaban por mí. Al cabo de 2 años y medio llegó mi primer gran proyecto personal dentro de la empresa. Con apenas 26 años era el nuevo Director Comercial de media España.

Durante 4 años me despellejé por mi empresa, dando lo mejor de mí, sin más ayuda que la de mis amigos y mi familia que, aún en la distancia, los sentía más cerca que nunca.

En mitad de la gran oportunidad de mi vida perdí a mi padre. Mientras hablaba con él a través del móvil, como tantos otros días, un infarto me lo arrancó de golpe. Mi casa quedó destrozada y mi sueño aplazado. Tuve que hacer las maletas y regresar, dejando mi proyecto y trabajando para otra empresa de menor entidad. El corazón herido pero las mismas ganas.

El coche volvió a ser mi oficina y durante 3 años me destrocé el lomo para salir adelante. Tenía que buscar clientes en cualquier rincón de España. Y si años atrás fue aquél maldito infarto el que me impidió continuar soñando, esta vez una tal crisis vino para trastocar planes.

La empresa no podía soportar los gastos que generaba mi actividad y deciden que, la mejor solución es el despido. Muchos sabréis a qué me refiero y otros, como yo hace unos meses, pensarán en su sillón que lo único que quiero es vivir del Estado.

Jamás había estado sin trabajo.

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