19 noviembre, 2008



Sueños rotos

María acabó cansada su jornada de trabajo y subió a su coche. El invierno cerraba la noche y el frío la cortaba. En la calle los abrigos camuflaban a las personas y las alcantarillas vomitaban humo. Ella estaba deseando llegar a casa y abrazar el calor del hogar, enfundarse su pijama y estrenar zapatillas de estar por casa. Allí estaría él, Salva, preparando la cena y ultimando detalles. Corto se le hizo el trayecto sintonizando el boletín informativo de las 21, ajena a la desgracia que estaba a punto de consumarse sobre ella. Tráfico denso, los conductores compañeros de atasco apuraban semáforos para llegar, por fin, a casa.


Cuando entró al portal y subió al ascensor todo quedaba fuera de ella: las prisas del jefe, la impaciencia de los clientes y los enfados con los proveedores. En su suspiro hasta el sexto piso desapareció todo. Sólo tenía ganas de entrar en casa y buscar el abrazo de él para guarecerse de tanta selva sin domesticar. Entró la llave en la cerradura y él, dejando la ensalada a medio preparar se abalanzó sobre el recibidor para encontrarse con ella.

- Cuánto has tardado, me moría por verte, susurró Salva.
- No sabes qué ganas de llegar a casa y sentir tu abrazo. Que bien huele, que bien sabes, contestó ella.


Sintetizando la jornada de uno y de otro, mientras ella se desnudaba al tiempo que encendía el agua caliente del baño, él continuó con la cena y María se metió debajo de la ducha. El baño quedó vaporizado apenas ella se enjabonó. En días como el suyo se hace necesario perderte debajo del agua y sentir el pinchazo de agua sobre tu cabeza, deslizándose por todo tu cuerpo. Cuando acabas sientes que un ejército ha pasado por encima de ti y se han llevado todas tus fuerzas. Pero ése bendito descanso que te recorre de arriba a abajo es la sensación más bonita del día. ¿Para qué quieres la fuerza si ya estás a salvo?



Lista ella y servida la cena, en su propio piso recién comprado y a medio de amueblar (entero por pagar) tomaron la cena en el salón. Hablaron como siempre y se rieron del mundo; al fin el mejor momento del día. Los últimos meses para ambos estaban siendo auténticamente duros. María llegó a la ciudad desde bien lejos, haría cosa de 8 años, para estudiar Biología. Allí le conocería y dejaría todo por él. Llevaban 5 años. Su familia estaba lejos y, una vez finiquitados los estudios, decidió buscar trabajo rápidamente para poder vivir con su otra parte, el amor de su vida. Él llevaba más tiempo trabajando, en una fábrica de frutos secos que su padre había montado en épocas de vacas gordas. Y desde hacía un año María y Salva vivían juntos y pagaban como podían la hipoteca; incluso habían planeado hablar de boda cuando tuvieran una bocanada de aire fresco en forma de billetes.


En los postres y mientras él preparaba un té sonó el portero; María apartó la manta que la acompañaba en el sofá y contestó.


- ¿Sí? - preguntó.

- ¿Salva? - contestó una voz femenina algo extrañada por la pregunta.
- Sí, Salva está aquí, ¿de parte de quién? - María se sorprendió de que a aquéllas horas llamara a su casa una chica preguntando por su novio.
- Mmmm, ¿me puedes abrir? - sugirió la desconocida.


Justo en ése momento él abordó la cintura de su chica y preguntó quién llamaba a casa a aquéllas horas. María le miró y titubeando unos segundos contestó que se trataba de una chica que preguntaba por él pero que no quería decir su nombre. Los ojos de Salva cambiaron y sus manos soltaron a María para intentar coger el 'telefonillo'.

- María, no tengo ni idea de quién puede ser, te lo aseguro. Cuelga el portero y vamos a tomar la taza de té. La tengo ya preparada - respondió Salva intentando hacerse con el auricular del portero.
- ¿Cómo voy a colgar sin contestar? dijo ella sin soltarlo y poniéndose delante del mismo. ¿Pasa algo Salva?
- No cariño, ¿qué puede suceder? Simplemente se nos enfría el té.


Mientras los dos 'discutían' se escuchó el portón del ascensor y el sonido ascendente de unos tacones que caminaban con paso ligero. María y Salva quedaron helados, sin moverse, y de repente sonó el timbre de la puerta.


- ¿Has dejado que la chica suba, María? recriminó él nervioso.
- ¿Por qué no, cariño? afirmó ella con aires detectivescos.
- Escúchame bien, no quiero que abras la puerta. No sé quién será ésa mujer pero no quiero que abras la puerta.


La desconocida escuchó la conversación entre la pareja y no dudó en gritar su nombre.

- ¡Salva! ¿Estás ahí?
- Ella pregunta por ti, ¿no crees que debe de ser alguien que te conoce? sostuvo María, deseando abrir la puerta y enfrentarse a aquélla mujer que acudía a su casa sin saber por qué y para qué. 
- Todo puede explicarse, cariño. Pero no puedes abrir la puerta.- se justificó él.


El corazón de María no podía latir más fuerte; sus manos temblaban como si fuera una niña pequeña sola en casa. Él la tenía contra la pared al lado del 'telefonillo' y apenas podía moverse. De repente, y con todas sus fuerzas, logró empujar a Salva y abrir una maldita puerta que parecía llevarla al mismo infierno.

- ¿Quién eres y por qué has venido a mi casa? ¿De qué conoces a mi prometido? Le dijo María a la desconocida nada más verla.
 Salva se incorporó tras el empujón de su novia y entró en escena.
- ¿Te casas? preguntó la chica desde el otro lado de la puerta.
María pareció entender la historia y, como si estuviera en un trance que la impidiera reaccionar, pidió a la chica que entrara para que los tres pudieran aclarar la situación.


María salió de casa con un portazo minutos después. Salva, el hombre de su vida y por el que había apostado absolutamente todo llevaba 3 años ocultando otra relación, la que tenía con aquélla desconocida que sí sabía de la existencia de otra. Tres años de mentiras y de embustes que había sabido disimular para que María, con la que iba a casarse dentro de meses, no sospechara ni lo más mínimo. La otra chica, cansada de ser segundo plato y de aguantar las promesas vacías que él le formulaba, decidió presentarse en su casa para precipitar los acontecimientos. Y no sólo los precipitó sino que además los rompió.


Tres años compartiendo cama, cuerpo y alma con una mentira; tres años luchando día a día por todo para finalmente conseguir nada. Sus noches en blanco haciendo números y sus días enteros haciendo planes habían sido aniquilados, mutilados, aquélla noche con una manta en el sofá y el té frío en el salón, después de una llamada inoportuna a horas intempestivas. El amor tiene fácil entrada pero difícil salida.


No se lo podía creer cuando el trance pasó pero la tragedia se quedó; todo parecía una mala pesadilla que pasaría al despertarse. No fue así. Las ganas de vomitar y el vértigo se apoderaron de ella, que un mal día decidió dejar amigos, casa, padre y madre, para marchar a su propia vida al lado del hombre al que quería y del que estaba plenamente enamorada.
Los días para María habían sido hasta el momento difícilmente felices; por muchos aprietos y por muchos problemas que tuvieran que afrontar, María siempre pensaba que Salva estaba a su lado y que eso compensaba cualquier mal momento que pudieran atravesar. Su mano siempre estaba cerca y cuando sentía frío se agarraba a él. Nada importaba, entonces; qué importa, ahora.


Cuando respiras amor todo es vida; cuando tomas veneno todo es muerte.Y el paso que hay entre un estado y otro es frágil, casi inmediato. La misma persona por la que ayer se desvivía María hoy provoca su delirio. De la noche a la mañana el amor se tornó veneno y la vida se transformó en muerte. Su cabeza le dice que él no merece la pena pero su corazón todavía late como el primer día. Y en medio está la chica que un maldito día subió a su casa para destapar la careta de Salva. ¿Una oportunidad? Ha pasado más de un mes de todo lo contado y todavía no tiene respuesta; todo lo contrario, más preguntas.

1 comentario:

merche dijo...

Precioso escrito Carlos¡
He disfrutado leyendolo, real como la vida misma( te lo digo por experiencia) escrito con dulzura y sutileza a la vez que con la dureza que el tema requiere.
Muy bonito Compañero.
Un beso