CUANDO SE APAGA LA LUZ
Nos hemos acostumbrado a quejas y depresiones. Vivimos tan deprisa que no nos enteramos del viaje. Cuando eres pequeño quieres ser adolescente; cuando te sientes en la edad del pavo aspiras a que te traten como a un adulto; pero cuando te tratan de usted el vértigo se apodera de ti: no quieres seguir jugando porque sabes que está próximo el THE END. Ya no tiene gracia seguir creciendo y uno desea volver a la chapas de la calle y a la pandilla del barrio. "Si yo tuviera tu edad..." es la frase que empiezas a repetir continuamente sin apenas darte cuenta. La vida no se rebobina y todos tenemos una estación reservada para apearnos de nuestro viaje.
La muerte siempre me asustó porque siempre tiene la última palabra pero el cáncer es su herramienta más macabra. Consume a la persona devorando cada parte de su interior; no ofrece tregua alguna. Muchos de sus objetivos son presas jóvenes que luchan por escapar de sus feroces garras y es cuando el drama se convierte en una desdicha trágicamente paradójica. No sé por qué nunca aprendemos de esa paradoja sin sentido. ¿El cáncer es una paradoja?
Cada caso es un mundo y cada persona un universo. Te confieso en voz alta estas reflexiones tan particulares como personales porque cada vez estoy más convencido de la torpeza con la que apagamos cada día el despertador. Estamos muy equivocados sobre qué es vivir.
Lejos de tratamientos y de nuevas perspectivas, el cáncer es muerte y la muerte es un final; pero un final con mucho principio. Esto me lo ha enseñado VIRGILIO. Un hombre de mediana edad casado y con hijos que llevó una vida absolutamente impecable. Esa vida se vio truncada cuando apenas unos meses se le diagnosticó cáncer. Me da igual el tipo de cáncer porque al cáncer le da lo mismo el tipo de persona. Un cáncer que se ha extendido como un relámpago en mitad de una tormenta. De poco han servido quimioterapias y otros remedios. El remedio ha sido inútil a la enfermedad y semanas después de intentarlo sus frágiles huesos no pueden más. Aunque el cáncer no ha podido con todo: su alma está más viva que nunca.
Ni tan siquiera la morfina consigue anestesiar a un cuerpo de apenas 40 kilos. Virgilio no quiere cerrar los ojos. No porque el hombre desee seguir viendo cosas, las vistas del hospital nunca son bonitas. Sus ojos permanecen vivos pese a no saber cuántos días podrá mantenerlos abiertos para regalarnos una última lección. Su lucha ya no es el cáncer sino que su esfuerzo consiste en confesarnos la alquimia más buscada por el hombre: el sentido de la vida. Ya les dije que se trataba de una bella persona.
Todos están preocupados por él y nadie sabe que él es el que está preocupado por todos nosotros. Este maldito cáncer le ha hecho entender que vivimos en un continuo coma profundo. Perdemos el tiempo en discusiones y rencores, morimos en cada enfado y en cada preocupación. Él, ahora, es consciente de lo mucho que vale la vida y de lo poco que la valoramos. No se trata de nacer y morir sino de aprovechar lo que hay entre medias. Es consciente de que ha entendido todo demasiado tarde. Sabe que ha perdido demasiadas horas con tonterías banales y trata de inculcarlo a cada persona que le visita.
Resulta paradójico que los familiares y amigos le visiten en el hospital y sea él, el que está enfermo, quien esté dando consejos y ánimo. Ya les dije que se trataba de una bella persona.
Por todo ello preguntaba yo si el cáncer era paradójico. Una muerte impuesta que avisa a sus víctimas y que es capaz de repartir vida. Virgilio se ha dado cuenta de todo esto y no quiere dejar pasar ni un sólo minuto sin advertirnos de lo corta y de lo bonita que es la vida. "Divertiros, divertiros..." repite una y otra vez aconsejándonos que no dejemos pasar la oportunidad de ser felices.
Y mi pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué seguimos apagando de mala gana el despertador? Tal vez porque no sepamos valorar estar despiertos. Es curioso, de pequeños nunca queríamos meternos en la cama pero con los años no se quiere salir de ella.
Escuchen a Virgilio y háganle caso.
La muerte siempre me asustó porque siempre tiene la última palabra pero el cáncer es su herramienta más macabra. Consume a la persona devorando cada parte de su interior; no ofrece tregua alguna. Muchos de sus objetivos son presas jóvenes que luchan por escapar de sus feroces garras y es cuando el drama se convierte en una desdicha trágicamente paradójica. No sé por qué nunca aprendemos de esa paradoja sin sentido. ¿El cáncer es una paradoja?
Cada caso es un mundo y cada persona un universo. Te confieso en voz alta estas reflexiones tan particulares como personales porque cada vez estoy más convencido de la torpeza con la que apagamos cada día el despertador. Estamos muy equivocados sobre qué es vivir.
Lejos de tratamientos y de nuevas perspectivas, el cáncer es muerte y la muerte es un final; pero un final con mucho principio. Esto me lo ha enseñado VIRGILIO. Un hombre de mediana edad casado y con hijos que llevó una vida absolutamente impecable. Esa vida se vio truncada cuando apenas unos meses se le diagnosticó cáncer. Me da igual el tipo de cáncer porque al cáncer le da lo mismo el tipo de persona. Un cáncer que se ha extendido como un relámpago en mitad de una tormenta. De poco han servido quimioterapias y otros remedios. El remedio ha sido inútil a la enfermedad y semanas después de intentarlo sus frágiles huesos no pueden más. Aunque el cáncer no ha podido con todo: su alma está más viva que nunca.
Ni tan siquiera la morfina consigue anestesiar a un cuerpo de apenas 40 kilos. Virgilio no quiere cerrar los ojos. No porque el hombre desee seguir viendo cosas, las vistas del hospital nunca son bonitas. Sus ojos permanecen vivos pese a no saber cuántos días podrá mantenerlos abiertos para regalarnos una última lección. Su lucha ya no es el cáncer sino que su esfuerzo consiste en confesarnos la alquimia más buscada por el hombre: el sentido de la vida. Ya les dije que se trataba de una bella persona.
Todos están preocupados por él y nadie sabe que él es el que está preocupado por todos nosotros. Este maldito cáncer le ha hecho entender que vivimos en un continuo coma profundo. Perdemos el tiempo en discusiones y rencores, morimos en cada enfado y en cada preocupación. Él, ahora, es consciente de lo mucho que vale la vida y de lo poco que la valoramos. No se trata de nacer y morir sino de aprovechar lo que hay entre medias. Es consciente de que ha entendido todo demasiado tarde. Sabe que ha perdido demasiadas horas con tonterías banales y trata de inculcarlo a cada persona que le visita.
Resulta paradójico que los familiares y amigos le visiten en el hospital y sea él, el que está enfermo, quien esté dando consejos y ánimo. Ya les dije que se trataba de una bella persona.
Por todo ello preguntaba yo si el cáncer era paradójico. Una muerte impuesta que avisa a sus víctimas y que es capaz de repartir vida. Virgilio se ha dado cuenta de todo esto y no quiere dejar pasar ni un sólo minuto sin advertirnos de lo corta y de lo bonita que es la vida. "Divertiros, divertiros..." repite una y otra vez aconsejándonos que no dejemos pasar la oportunidad de ser felices.
Y mi pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué seguimos apagando de mala gana el despertador? Tal vez porque no sepamos valorar estar despiertos. Es curioso, de pequeños nunca queríamos meternos en la cama pero con los años no se quiere salir de ella.
Escuchen a Virgilio y háganle caso.
1 comentario:
Impresionante, cuando la muerte es tal certeza
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